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viernes, 1 de marzo de 2013

"Me hice cargo de tu luz"

Cuando era chiquita mi papá coleccionaba unos autos a escala, chiquititos, hermosos, tenían todos los detalles, por lo tanto eran muy frágiles. Yo, siendo nena, no disfrutaba jugar con autitos, solamente me gustaban ESOS. Los frágiles, los "prohibidos", los que sabía que tenía que cuidar más que a cualquier otra cosa con la que me permitieran jugar. Mi torpeza siempre los estropeaba, alguna cosa se aflojaba, se les desatornillaba una ruedita o se les partía algun espejito. La cuestión es que yo jugaba con esos autitos para ver hasta dónde podía llegar. Jugaba como con cualquier otra cosa, hasta que se rompía alguna parte y venían a retarme. Jugaba sabiendo que en algún momento iba a cometer un error que los rompiera, y me fijaba qué tan brusca podía ser con ellos, esa era mi diversión. El límite era el error. Cuando se rompía algo dejaba de jugar. La culpa era mía y el daño era irreparable.
A veces lo mismo sucede cuando las personas jugamos con la luz de los que amamos. Ellos nos conceden su luz y está implícita su fragilidad. Nosotros pensamos que podemos ser tan torpes como con todas las demás cosas, y esa luz se va desgastando. Llega un momento que ya no tiene ganas de brillar, porque nadie la admira como corresponde,  sólo son torpes con ella y se arruina. La luz se va apagando y ni siquiera así la tratan con delicadeza. Esa luz que llevamos dentro busca alguien con quien estar, alguien que la cuide, que sea feliz teniéndola, que busque hacerla brillar cada vez más, un combustible. Pero existe un riesgo, cuando dejamos nuestra luz en manos de la persona equivocada, porque no va a saber disfrutar de la luz, solo va a jugar con ella y la va a estropear. No va a ser el combustible, le va a sacar el oxígeno. Cuando elegimos mal quienes pueden ver nuestra luz, corremos el riesgo de que nuestra luz se apague, ya sea por miedo a la opinión del otro, o porque simplemente nuestra luz no es la que esa persona prefiere. 
Lo principal es valorar nuestra propia luz, para elegir a quién se la damos, y saber elegir otras luces, a las cuales valoremos y cuidemos tanto como pretendemos que cuiden la nuestra. Pero siempre va a existir un riesgo al dejar nuestra luz en manos de los demás.

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